
A ésos amigos míos que han cambiado de camino, pero que son leales a su conciencia y a la Verdad[2] les diría –aunque ya lo saben, y quizá mejor que yo- que no se preocupen, que Dios no es un gendarme o un juez que va imponiendo sanciones. Es verdad que cometemos equivocaciones y errores, pero que para eso está el pedir perdón, el rectificar y seguir delante. Hemos de tomas cada vez mayor conciencia –precisamente por haber dedicado nuestra vida a servir a Dios- que estamos y estaremos siempre invadidos por ese gran sentimiento de indulgencia, uno de los mejores atributos de Dios. Siempre, y sobre todo al final, Él no nos abandonará.
Muchos de ésos que hoy nos hacen sentir contaminados o impuros e incluso traidores (desde su punto de vista, claro), saben mejor que nadie que el lenguaje de Dios es silencioso, que habla bajito, pero ofrece muchas señales: nos ha dado un empujón en tal ocasión gracias a un amigo, a un encuentro casual, a un libro, a un fracaso, incluso gracias a un accidente. Y siempre da la oportunidad de empezar de nuevo. Lo saben bien, pero ciertos prejuicios enfermizos los llevan a no dar ni un quinto por quien, en conciencia, decide caminar por un camino distinto.
Dios nos conoce muy bien, siempre está allí, y que habla de muchas maneras, y no siempre por el “cauce reglamentario” (decir “Dios” y decir “cauce reglamentario” es un absurdo, por cierto).
Por tanto, amig@, camina tranquil@ por este tu nuevo camino, sigue leal a tu conciencia y a la Verdad. Y camina contento, con buen humor. No nos demos tanta importancia. Su Santidad decía hace poco en una entrevista: «personalmente creo que Dios tiene un gran sentido del humor. A veces a uno le da un empujón y le dice “¡No te des tanta importancia!”. Y es que el humor es un componente de la alegría de la creación. En muchas ocasiones de nuestra vida se nota que Dios también nos quiere impulsar a ser un poco más ligeros; a percibir la alegría; a descender de nuestro pedestal y a no olvidar el gusto por lo divertido».
Seamos menos graves, menos de cartón piedra, menos rejalgar y esas tonterías
Tomar la decisión de cambiar de vida es cosa seria, está claro, pero no deja de ser cosa de un segundo, una vez que las cosas están claras y pensadas con serenidad delante de ese Dios que está siempre junto a nosotros y de la Iglesia, que es Madre. La Iglesia, que me ofrece lo único que debe ofrecerme: el conocimiento de que ya estamos salvados –porque esa es la primera misión de la Iglesia, el anunciar la salvación gracias a Jesucristo- y el camino para alcanzar la alegría, pero sin exclusividades de buen pastor, a través de esa maravilla que es la confesión y los sacramentos. La Iglesia, sin partecitas.
Y no soy un ingenuo. No se me escapa que hay temporadas que estaremos cansados y destrozados, sin fuerzas y desesperados, furiosos por nuestro destino, que parece torcido, injusto y sin sentido, y que eso del buen humor, entonces, sirve de muy poco. Lo sé. Llevo unos días pensando “Dios mío, ¡que lejos estoy de ti!”. Y no voy a hacer nada por acercarme a Él, que Él también se me esconde y juega a ver si lo encuentro. Pero diciéndole eso, salgo de ese estado de tristeza y sé que, aunque en estos momentos no puedo entender que Él es amor, sí pienso y confío, sin embargo, en que todo está bien como está. Sé lo que me digo, aunque no se me entienda ■
[1] Cfr Lev 13, 1-2.44-46.
[2] Cfr Jn 14, 6.
Ilustración: Edward Hooper, Rooms by the Sea (1951), óleo sobre tela (28x40), Yale University Art Gallery.
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