El que todo lo tenía
no tenía corazón,
¡qué digno de compasión
el que rico parecía!

Yo no te pido riquezas,
Señor de todos los bienes;
te pido lo que tú tienes,
la mayor de tus grandezas.
Yo te pido corazón,
que tú solo puedes dar:
un corazón para amar
y para amar con pasión.

Un corazón como el tuyo,
corazón enternecido,
que para mí siempre ha sido
corazón en que me arrullo.
Corazón que en mi pecado
siempre abierto lo encontré,
y si cosa buena obré
allí dentro la he gozado.

Un corazón para el mundo,
que abraza las religiones,
porque eres Dios de perdones
en labios de un moribundo.
Tu corazón es Jesús,
y ya no hay más que buscar,
que amar es dejarse amar:
tu corazón es la Cruz.

Un corazón para el pobre,
que Lázaro se llamaba,
y echado a la puerta estaba
por un mendrugo que sobre.
Mas no de sobras, Señor,
mi corazón se contenta,
para mí sería afrenta
dar lo que irá al vertedor.

Mi corazón todo entero,
quiero dar cuando me doy,
y quiero ser lo que soy
al darme todo y sincero.
Tú te diste sin medir
cuál sería mi respuesta;
tu amor, por eso, es mi fiesta
en la que quiero vivir.

Los anfitriones del cielo
serán vecinos de aquí;
que nunca, ¡pobre de mí!
se me esconda este consuelo.
¡Jesús de las manos puras,
Jesús pobre y don divino,
enséñame tu camino,
ábreme las Escrituras Amén

P. Rufino Mª Grández, ofmcap.

Puebla de los Ángeles, 
22 septiembre 2010.

XXVI Domingo del Tiempo Ordinario (C) 29.IX.2013

Conocemos bien la parábola porque la hemos escuchado muchas veces: el rico despreocupado que banquetea espléndidamente, ajeno al sufrimiento de los demás y un pobre mendigo a quien nadie daba nada. Dos hombres distanciados por un abismo de egoísmo e insolidaridad que, según las palabras del Señor, puede hacerse definitivo, por toda la eternidad.

Es bueno que nos adentremos un poco, digamos, en el pensamiento del Señor (aunque la frase suena pretenciosa). Aquel hombre rico de la parábola no es descrito como un explotador que oprime sin escrúpulos a sus siervos, ni como un tirano, tampoco como un asesino o un adúltero. No. No es ése su pecado. Aquel hombre es condenado sencillamente porque disfruta despreocupadamente de su riqueza sin acercarse a la necesidad de Lázaro. Buen cuidado tiene el evangelista –y antes, el Señor- de poner un nombre concreto al segundo personaje: Lázaro.  

Esta es la convicción profunda de Jesús: la riqueza en cuanto "apropiación excluyente de la abundancia", no hace crecer al hombre, sino que lo destruye y deshumaniza pues lo va haciendo indiferente, apático e insolidario ante la desgracia ajena.

La parábola de hoy es un reto y una llamada de conciencia: ¿Podemos seguir organizándonos nuestras cenas de fin de semana, nuestras bodas con vestidos de miles de pesos y centenares de invitados donde se desperdicia la comida y la bebida, y continuar disfrutando alegremente de nuestro bienestar, cuando el fantasma de la pobreza está presente en muchos hogares?

Hermano mío, hermana mía, nuestro gran pecado puede ser la apatía social: encerrarnos en "nuestra vida", en nuestra comodidad –iba a poner en nuestra terraza del Country Club pero no sea que hiera yo alguna susceptibilidad- quedándonos ciegos e insensibles ante la frustración, la humillación, la crisis familiar, la inseguridad y la desesperación de esos hombres y mujeres.

Hoy el Señor llama a la puerta del corazón de cada uno, una vez más, y nos pregunta: “Oye, y tú ahí tan cómodo ¿qué haces por los que menos tienen?” El Señor, con la parábola, no busca asustarnos con un infierno futuro o consolarnos con un paraíso futuro. Él va más allá. Pretende mostrarnos cómo el cielo comienza allí donde resuena la palabra de Dios que permite a un hombre despertarse de su modorra y encontrar al propio hermano”[1].

Y como las cosas mientras más aterrizadas, mejor. Aquí en San Francesco di Paola[2] queremos hacer algo concreto y útil por las personas que muchas noches duermen en la plaza que está junto a la parroquia[3] o en el puente que une la i-35 con la calle Santa Rosa. Queremos tener en la oficina un stock de ropa en buen estado para tener algo qué ofrecer a ésas personas cuando se acercan a la parroquia a buscar algo. Y cuando decimos “en buen estado” no nos referimos a ropa que de tan vieja y raída nadie puede sacar provecho. En realidad no somos un bote de basura, sino una comunidad parroquial que busca ayudar a los que menos tienen –o no tienen nada- con cosas en buen estado; cosas que puedan serles útiles: cobijas, alimentos no perecederos, artículos de aseo personal, etc. ¿Nos ayudas? Si vienes a Misa por la mañana a la diez, o a la una y media el domingo puedes traerlos en bolsas o cajas y entregárselo al Fader al final de la misa, o dejarlos en la oficina de la parroquia que está abierta de lunes a viernes de las nueve de la mañana a la una de la tarde.

Tenemos el peligro de acomodarnos en el silloncito muy cómodo de nuestra salita de estar –monísima, llena de buen gusto y de tono humano- olvidándonos de los demás, aunque estén a nuestra puerta. No hay nadie más difícil de ver que aquel a quien no queremos ver, porque nos complicaría la vida, la haría difícil e incómoda. Se puede encontrar uno muy bien entre los amigos y no ver a los que están fuera, se está tan bien en el comedor, que ya no miramos por la ventana



[1] A.Maillot.
[2] 205 Piazza Italia, San Antonio, TX 78207.

nEw-oLD-iDeAs


En el "fondo" nada hay violento... Descender a lo hondo del corazón es el camino de la paz... Todo es ahora. El Señor no nos llama "para mañana", nos llama para hoy: ¡YA! Así es. La aspiración del alma consiste en "dejarse aspirar". La ternura de Dios no conoce interrupciones. A cada instante. Esta es la ocasión propicia. Y si percibimos silencio y vacío; si parece que nos envuelve la soledad, no dudemos en absoluto, no nos detengamos en nuestro abandono y en nuestra confianza. El silencio nos enseña a pasar más allá o a descubrir esa intimidad siempre nueva, que es la del "fondo del alma", "lugar" de sólo Dios. El Padre no deja de llamarnos. Y nos llama viniendo. No se trata de una "voz" lejana, allá, como un eco en las montañas. Es Él mismo aquí y ahora, de un modo, desde luego, inefable y hasta silencioso un ermitaño urbano

VISUAL THEOLOGY


El Arcángel Miguel (en hebreo: מיכאל Mija-El, "¿Quién como Dios?"; en árabe: ميخائيل Mījā'īl; en griego: Μιχαήλ Mijaíl; en latín: Michael) es el Jefe de los Ejércitos de Dios en las religiones judía, islámica y cristiana (Iglesias Católica, Ortodoxa, Copta y Anglicana). Para los hebreos es el protector de Israel y patrono de la sinagoga. La Iglesia Católica lo considera como patrono y protector de la Iglesia Universal. La Iglesia Copta lo considera el primero de los siete arcángeles, junto con Gabriel, Rafael y Uriel. Supuestamente tocará la trompeta el día del arrebatamiento (1° Tesalonicenses 4, 16), y es el encargado de frustrar a Lucifer o Satanás, enemigo principal de Miguel por ser el arcángel de los ángeles caídos o del mal (Apocalipsis 12:7). En algunas representaciones se le pinta como un ángel con armadura de general romano, amenazando con una lanza o espada a un demonio o dragón. También suele ser representado pesando las almas en la balanza, pues según la tradición, él tomaría parte en el Juicio final. La Iglesia lo celebra litúrgicamente el 29 de Septiembre junto con San Gabriel y San Rafael 

Twenty-sixth Sunday in Ordinary Time (C) 9.29.2013

Woe to the complacent in Zion, who enjoy a luxurious life but do nothing about the collapse of Joseph. What is the prophet Amos speaking about in today’s first reading? What does he mean by the complacent in Zion? The word complacent is defined as smug and uncritically satisfied with oneself or one’s achievements. The complacent in Zion enjoyed their lives and were only concerned with themselves. They were like the rich man of the parable in today’s Gospel. He enjoyed his life, but he was completely detached from the needs of anyone else. He saw the poor beggar, Lazarus, at his door, but he did not even consider the man’s plight. He did not recognize the responsibility he had towards anyone else.

            Amos accuses the complacent in Zion of doing nothing about the collapse of Joseph.  The Joseph he is referring to here is not Joseph, Jesus’ foster father. Nor is the Joseph referring directly to Jacob’s son Joseph who was sold into slavery by his brothers. No, Joseph here refers to that group of the Hebrew people who trace their lineage through the Patriarch Joseph. By the time of Amos the Northern Kingdom was often referred to as Israel, Ephraim or Joseph. The complacent in Zion are all the Hebrews who do not care what is happening to their fellow Hebrews as a nation or as individuals. They are like the people who saw what dictators were doing and did not care what their countrymen were suffering nor the direction their country was going as long as they could keep their luxuries. They are us when we are not concerned about our national disgraces of abortion, and legalized sexual promiscuity, as well as when we are indifferent to attacks against the poorest people in the country, the plight of the homeless, the concerns of the mentally and physically challenged, etc.

We, Catholics, don’t help others only because this is a good thing to do. We don’t help others because we have plenty of extras in our lives. Our generosity is not to get rid of our excess, our surplus. We help others because we are Christians! We do what the Lord is calling us to do when He said, “Follow me.” We are not merely humanitarians, respecting others dignity as human beings. That is wonderful, but we are more than humanitarians, I mean, we reach out to all because all are made in the image and likeness of God. We reach out to those hurting the most because Jesus associates with them: whatever you do to the least of my brethren you do unto me[1].

            And just as we have a responsibility towards the Lazaruses of the world, we also have a responsibility to prevent the collapse of Joseph. We cannot allow our country to go down the path of immorality. As good Americans, we have a responsibility to point the country to justice.  That is what we do when we take stands for life. That is what we are doing when we care for the stranger in the land. That is what we are doing when we fight against any law that assaults the dignity of others, whether that law is on the conservative agenda or liberal agenda. In fact, before we define ourselves as conservatives or liberals, we need to remember that through our baptism the Lord has defined us as Christians. Our Christianity must guide the decision processes of our lives, not our politics!

            Unlike the rich man’s brothers in the parable[2], someone has risen from dead and called us to fight off our selfishness and our complacency, and reach out to others. He has provided us with His Word. We have Moses and the prophets. We have Jesus. We know that we have responsibilities to others. We know that we have responsibilities to our country. We need to have the courage to reject any tendency we might have to ignore the plight of others, and the plight of our nation. We cannot be complacent. Others need us. Our country needs us. We have a responsibility to be Christians. And we are Catholic. Catholicism is wonderful. Catholicism is Christianity in its purest and original form. It does not hedge on the truth, even when the truth is not popular or politically correct. We do not hedge on our faith. The Eucharist is the Body and Blood of Jesus Christ, period. Mary is the Mother of God and our Mother, period. Abortion is killing a baby. We fight for the baby’s life no matter how that baby was conceived. Abusing poor workers is a sin against the dignity of man. We fight for others’ dignity no matter how these workers came into our country.

            We are called today to fight against complacency. We are called to take responsibility for the needs of others and the needs of our country.  May we have the courage to be Catholic, that is our prayer this evening [this morning] at the celebration of the Eucharist!



[1] Matthew 25: 31-46.
[2] Father Abraham, if you cannot send Lazarus to give me some relief, at least send him to my brothers. They have Moses and the prophets, let them listen to them. But, Father Abraham, surely they will listen if someone were to rise from the dead. If they do not listen to Moses and the prophets, they will not listen even if someone were to rise from the dead.

Haz, Señor, que, cuando el dolor
llame a mi puerta,
no lo mire nunca como un castigo
que Tú me envías,
sino como una oportunidad que me brindas
de poderte demostrar que te amo de verdad
y que soy consciente de que Tú me amas
a pesar de todo.

Que el dolor, Señor,
me haga cada vez más maduro,
que me haga más comprensivo con los demás,
que me haga más amable y más humano.

Que, cuando venga el dolor,
lejos de rebelarme contra Ti,
sepa ofrecértelo y repartir amor y paz
a todos los que me rodean.

Te había pedido, Señor, fuerza para triunfar.
Tú me has dado flaqueza
para que aprenda a obedecer con humildad.

Te había pedido salud
para realizar grandes empresas.
Me has dado enfermedad
para hacer cosas mejores.

Deseé la riqueza para llegar a ser dichoso.
Me has dado pobreza para alcanzar sabiduría.
Quise tener poder
para ser apreciado de los hombres.

Me concediste debilidad
para que llegara a tener deseos de Ti.
Pedí una compañera para no vivir solo.
Me diste un corazón
para que pudiera amar a todos los hombres.

Anhelaba cosas que pudieran alegrar mi vida
y me diste vida para que pudiera gozar 
de todas las cosas.

No tengo nada de lo que te he pedido,
pero he recibido todo lo que había esperado.

Porque, sin darme cuenta,
mis plegarias han sido escuchadas
y yo soy, entre todos los hombres, el más rico 

Grabado en una plancha de bronce en el jardin del Rusk Institute of Rehabilitation (Nueva YOrk)
...
la fotografia es reciente; son los padres de un entrable amigo; 
querido lector, tú que entras y lees éstas líneas, hazme un favror: eleva tu corazón en oración por el sacerdote que ésto escribe, y por éstos amigos mios.  



XXV Domingo del Tiempo Ordinario (C) 22.IX.2013

Lo que les interesaba a los hombres de la época del profeta Amós no es muy diferente de lo que nos interesa a los hombres de hoy: el dinero. El dinero –pensamos- es la suma y compendio de todo cuanto el hombre apetece en el mundo: poder, influjo social, cultura (en muchas ocasiones), confort, belleza (¿?), refinamiento, buen gusto (a veces); placer, en una palabra. El que tiene dinero, y en la medida y cuantía en que lo tiene, suele imponer su fuerza y señala las reglas de juego. El que tiene dinero muchas veces dicta condiciones y los demás no tienen más remedio que aceptarlas deseando, en el fondo de sus corazones, que las cosas cambien.

Es por todo esto que el dinero es el gran rival de Dios, y aunque llegados a éste tiempo del año litúrgico escuchamos que es imposible servir a dos señores al mismo tiempo, no logramos asimilarlo y hacerlo vida en nuestra vida. En muchas ocasiones, en caso de elegir, nos hemos quedado con el primero, con el poderoso caballero don dinero, que dice la sabiduría popular. No hay más que mirar a nuestro alrededor, el triunfo del dinero por el dinero: priva la especulación y la ganancia sin límites. La palabra mágica es rentabilidad. La finalidad de la mayor parte de los hombres es tener dinero. Envidiamos al que lo tiene y admiramos al que ha sabido amasarlo, ¿es esto compatible con nuestra fe cristiana? ¿No estaremos hechos todos unos esclavos?

El dinero, el gran rival de Dios. En la elección entre estas dos fuerzas gigantescas, de signo y contenido distinto, se libran grandes batallas en el corazón del hombre, y no es fácil escapar a su seducción, y si no somos capaces de dominar el dinero, él irá minando poco a poco nuestra vida cristiana. Esa vida cristiana que es un trabajo para ir convirtiéndonos en hijos de la luz, para ser cada vez menos hijos de este mundo[1]. Se trata de preguntarnos siempre si realmente ponemos todo lo que tenemos (dinero, capacidad de influencia, tiempo...) al servicio de Dios y de aquellos que tienen menos, en todos los sentidos[2].

Servir al dinero suele ir acompañado de una aparente seguridad, pero también de una inquietud permanente, de un usar a los demás como instrumento, de un destruir la naturaleza, de un emplear la mentira como medio normal de relación, de un ver al hombre sólo como competidor, consumidor o productor; de una competitividad ilimitada, pero sobre todo de un valorar las cosas más que las personas.

¿Por qué no poner más atención a la serenidad que nos brinda nuestra fe? ¿Por qué no proponernos vivir más ligeros de equipaje, más con el corazón puesto en las realidades que no se acaban, que duran para siempre? ■



[1] Cfr. Jn 17,15 ss.
[2] J. Lligadas, Misa Dominical, 1992, n. 12

NeW-OLd-IdeAs (III)

Hagamos ahora un paso adelante en nuestra pregunta sobre la voluntad de Dios respecto a la Iglesia. No hay duda que la unidad de su cuerpo es el summum desideratum de Cristo, como demuestra su oración sacerdotal en la última cena. Lamentablemente, el cristianismo está todavía dividido, tanto en la fe como en el amor. Los primeros intentos de ecumenismo inmediatamente después de la segunda guerra mundial (recuerdo haber estado presente en algunos encuentros con Romano Guardini en Burg Rothenfels), como también el compromiso suscitado por la Unitatis redintegratio, están dando fruto, aún quedando un larguísimo camino por delante. Los prejuicios mueren muy lentamente y alcanzar un acuerdo teológico no es, de hecho, fácil. Estamos tentados de cansarnos en este camino que, a menudo, parece darse en una sola dirección. Pero desistir del diálogo sería ir explícitamente contra la voluntad de Dios. Más que las discusiones o los encuentros ecuménicos, sin embargo, se necesita una oración confiada y conjunta de todas las partes y un camino convergente hacia la santidad y el espíritu de Jesús.

No menos fácil para el futuro Pontífice será la tarea de mantener la unidad en la Iglesia Católica misma. Entre extremistas ultratradicionalistas y extremistas ultraprogresistas, entre sacerdotes rebeldes a la obediencia y aquellos que no reconocen los signos de los tiempos, estará siempre el peligro de cismas menores que no sólo dañan a la Iglesia sino que van en contra de la voluntad de Dios: la unidad a toda costa. Unidad, sin embargo, no significa uniformidad. Es evidente que esto no cierra las puertas a la discusión intra-eclesial, presente en toda la historia de la Iglesia. Todos son libres de expresar sus pensamientos sobre la tarea de la Iglesia, pero que sean propuestas en la línea de aquel depositum fidei que el Pontífice, junto con todos los obispos, tiene el deber de custodiar. Pedro hará su tarea tanto más fácil cuanto la comparta con los otros Apóstoles.

Por desgracia hoy la teología sufre del pensamiento débil que reina en el ambiente filosófico y necesitamos de un buen fundamento filosófico para poder desarrollar el dogma con una hermenéutica válida que hable un lenguaje inteligible al mundo contemporáneo. Ocurre a menudo, sin embargo, que las propuestas de muchos fieles para el progreso de la Iglesia se basan sobre el grado de libertad que se concede en ámbito sexual. Ciertamente leyes y tradiciones que son puramente eclesiásticas pueden ser cambiadas, pero no todo cambio significa progreso; es necesario discernir si tales cambios se realizan para aumentar la santidad de la Iglesia o para oscurecerla Cardenal Prosper Grech, discurso a los cardenales electores antes del Cónclave, Marzo del 2013.

VISUAL THEOLOGY

Cuenta la tradición de la orden que el 1 de agosto de 1218, Pedro Nolasco tuvo una visita de la Santísima Virgen, dándose a conocer como La Merced, que lo invitaba a fundar una Orden religiosa con el fin principal de redimir a aquellos cristianos cautivos. En ese momento, la península Ibérica estaba dominada por los musulmanes, y los piratas sarracenos asolaban las costas del Mediterráneo, haciendo miles de cautivos a quienes llevaban al norte de África. Pedro Nolasco impulsó la creación de la Real y Militar Orden de la Merced, que fue fundada en la Catedral de Barcelona, con el apoyo del rey Jaime I el conquistador, en 1218. En las primeras Constituciones de la Orden, en 1272, la Orden recibe ya el título de "Orden de la Virgen de la Merced de la Redención de los cristianos cautivos de Santa Eulalia de Barcelona". En el año 1265 aparecieron las primeras monjas (comendadoras) de la Merced. Se calcula que fueron alrededor de trescientos mil los redimidos por los frailes mercedarios del cautiverio de los musulmanes. Los seguidores de la Orden de la Merced estuvieron entre los primeros misioneros de América, en la isla de La Española o República Dominicana

Twenty-fifth Sunday in Ordinary Time (C) 9.22.2013

Certainly, the warning that Amos gave on the first reading[1] can be given to those who take advantage of others, and particularly, those who take advantage of the poor and the vulnerable[2]. Many people will have to answer to God for the way that hard working migrants are treated by unjust employers. Many will pay dearly for the human trafficking that takes place throughout our country. Many will have to answer to God for creating, benefitting from, and supporting the pornography industry that convinces mostly young people to find an instant solution to their money and/or drug problems. Many people will have to answer to God for the creation and sustaining of the abortion industry. Abortion is big business in the United States. To all of these, Amos says, God sees, and He will not forget what you are doing.

            It certainly is sad how some people can be so dishonest. Their one and only concern is making as much money as possible, without caring if their methods are just or unjust, moral or immoral. Certainly, all of us have had to deal with people who have done their best to cheat us. We didn’t realize this at the time of our business dealing, whatever it might be, because we took it for granted that the person was sincere.  But then we find out that the used car we bought from a friend of a neighbor has a different battery then when we checked the car out, or that the roofer only put nails in half the shingles, etc. And we ask ourselves, “How can that person live with himself, herself?” The answer is, “Quite easily. Quite easily because he or she doesn’t care about anyone other than themselves.”  Jesus said at the end of today’s Gospel, You cannot serve two masters; you will hate one and be devoted to the other or vice-versa.

A person cannot serve God and materialism. If a person is really God fearing to use the older expression, by that they meant someone who respects the Lord, than that person will not be a cheat and a liar. He or she will live for the Lord. If a person is concerned only with using others for his or her own personal benefit, then that person can put on all the piety he or she wants, but the person will only be living for himself or herself, not for the Lord.

At the root of these readings is the answer to this question: What makes someone a success? The swindlers of the first reading and those in our society that make money any way possible, have bought into the lie that success measured by net worth. I remember hearing someone tell me that he wanted to have x amount of money accumulated before he died.  Then his life would be a success. How sad. Others will say that a person’s intelligence and skills should lead him or her to make as much money as possible. Also sad. Following that reasoning, a teacher is not as successful as other professionals because other professionals make a lot more money. You know as well as I know that this is not true. But that is the way that many people of the world measure success.

How do we followers of Jesus Christ measure success? Our measure of success is predicated on our union with the Lord! We believe that we were created by God and for God. We were created to serve Him here and be with Him forever. Our lives are successful if we have done all we can to allow our union with God to empower our lives. It is our union with God that demands that we take up the cause of the poor, the elderly, the vulnerable, and those about to be born.

           Are we successful in life? Are we closer to God now than we were ten years ago? Are we responding to the ways that He is using us in our vocations, be they priesthood, religious life, single life or marriage?   Can others see Christ in the way we treat the members of our family, our classmates, our friends, our workmates? Do we respond to His challenge to care for His Presence in the poor, the afflicted, the vulnerable, and those about to be born? To the degree that we allow God to work through us, to that degree our lives are successful.

At the end of the first reading the Lord says about the cheating merchants, Never will I forget a thing they have done.  This bad news for them. It is also bad news for us when we hurt others and live for ourselves. But there is also good news in that statement. God will never forget the good things that we have done either. God sees, God knows, and God loves.  He is the one who prompts us to act as Christians in the first place. We call this Grace.

What is your day like? What is mine? Full of a lot of tasks, no doubt. Being continually pulled on by others, no doubt. But in everything we do, we can serve the Lord. St. Theresa of Lisieux called this the Little Way. If we serve God in every action of our lives, no matter how insignificant that action might seem in the grand scheme of things, then our lives will be a success.

Can we do it?  Can we withstand the pressures of the godless elements of our society and live as true Christians? Can we be God-fearing, God-respecting people? We cannot be successful in life by ourselves.  But we are not alone. God did not create us and then abandon us. Jesus did not just call us to follow Him and then leave us to our own devices. God gives us His Holy Spirit to empower us. He strengthens us with His Word and His very Body and Blood. He gives us the courage to stand up for the poor, the vulnerable, those about to be born. By nourishing our union with God, we will live as Christians. Then our lives will be successful ■



[1] “But, God sees, and He will not forget what you are doing.”
[2] 25th Sunday of Ordinary Time C, September 22, 2013. Readings: Reading I: Amos 8:4-7; Responsorial Psalm: 113:1-2, 4-6, 7-8; Reading II: 1 Timothy 2:1-8; Gospel: Luke 16:1-13 or 16:10-13

Parador de pecadores,
de mujeres confundidas,
de mis idas y venidas…
hoy rumbo de mis amores.

De las cien ovejas una
se perdió por los zarzales,
y pensando en otros males
fue el pastor por su fortuna.
Que aquella oveja querida
valía noventa y nueve,
era suya, dulce y leve,
y el amor jamás olvida.

Ovejuela del Señor,
que me arrime hasta su cara,
me tenga bajo su vara:
soy yo, débil pecador.
Ya su abrazo que me estrecha
muy dentro de mí lo siento,
guárdame de todo viento,
mi cabeza a tu derecha.

Mi pastor es mío, mío,
y hasta mi esposo se dice,
que me mima y me bendice
me da el maná del rocío.
Jesús, que te gusto amor,
sin memoria del pecado,
divino pan consagrado,
dulce de todo sabor.

Mi Jesús, mi sacramento,
mi historia, única y junta,
que aquieta toda pregunta
y rompe adverso argumento.
Mi Jesús, paz regalada,
corona de mi deseo;
¡en fe te adoro y te veo,
patria mía, patria amada!

P. Rufino Mª Grández, ofmcap.

Puebla, 3 septiembre 2010.

XXIV Domingo del TIempo Ordinario (C) 15.IX.2013

Nos parecen ingenuas las películas de buenos y malos, pero más ingenua, más cruel y más estúpida es nuestra manera de clasificar a los hombres en buenos y malos. Los malos, por supuesto, son siempre los otros: los de izquierdas, los no católicos, los arrejuntados, los homosexuales, los jugadores, los envidiosos, en una palabra: los que no son como nosotros. Los buenos ¡somos nosotros! Los católicos, los de derechas, ¡los que acudimos a medios de formación!, los que vamos a misa los domingos… los de antes, los de siempre.

Y así, con este estúpido razonamiento, nos sentimos justificados por contraste con los oficialmente calificados como malos, sobre cuyos hombros cargamos sus pecados, y de vez en cuando los nuestros propios.

Y así es como nos resistimos al cambio, a la conversión. “¡Que cambien ellos!”, pensamos, pero si llega hasta nosotros el rumor de que han cambiado, lejos de alegrársenos el corazón, nos consume la envidia, exactamente igual como sucede con el hermano mayor, ése que permanece a la sombra en el evangelio y en el cuadro de Rembrandt y sobre el que hay tanto qué reflexionar[1].

Cuando el Evangelio nos presenta el gozo por la conversión del pecador –más grande que por los noventa y nueve justos- se enciende ésa lucecilla roja, chillona en nuestro interior, y nos revolvemos inquietos en el asiento, y es que nos molesta que aquellos, a los que habíamos encasillado entre los malos, no sean tan malos como pensábamos. Nos fastidia, porque toda nuestra bondad consistía en ser distintos de "esos". Pero nos molesta, sobre todo, porque su cambio nos arroja al rostro la poca –o ninguna- penitencia que hacemos.

¿Cómo vamos a convertirnos nosotros, tan seguros en tenernos por buenos? No hemos querido comprender que buenos y malos no son dos clases de personas -¡qué cómodo resulta ese encasillamiento!- sino dos alternativas en la vida de cualquier persona. O como decía mi señor cura Donato (la Purísima, en Aguascalientes): “El que es malo no lo es con todos”.

La única diferencia estriba en que hay pecadores que se reconocen por tales y quieren cambiar y cambian y provocan el gozo del cielo. Mientras que hay pecadores que nos tenemos por buenos y no queremos cambiar, y no solo no nos arrepentimos sino que despreciamos a quien lo hace, mirándolos por encima del hombro y negándonos a entrar en la alegre celebración que el Padre tiene preparada ■



[1] Anímate a leer esto: H. Nouwen, El regreso del hijo pródigo. Meditaciones ante un cuadro de Rembrandt:  http://www.dudasytextos.com/actuales/regreso_hijo_prodigo.htm

NeW-OLd-IdeAs

El alma: Oiré lo que habla el Señor Dios en mí / Bienaventurada el alma que oye al Señor que le habla, y de su boca recibe palabras de consolación. Bienaventurados los oídos que perciben los raudales de las inspiraciones divinas, y no cuidan de las murmuraciones mundanas. Bienaventurados los oídos que no escuchan la voz que oyen de fuera, sino la verdad que enseña de dentro. Bienaventurados los ojos que están cerrados a las cosas exteriores, y muy atentos a las interiores. Bienaventurados los que penetran las cosas interiores, y estudian con ejercicios continuos en prepararse cada día más y más a recibir los secretos celestiales. Bienaventurados los que se alegran de entregarse a Dios, y se desembarazan de todo impedimento del mundo. ¡Oh alma mía! Considera bien esto, y cierra las puertas de tu sensualidad, para que puedas oír lo que te habla el Señor tu Dios Tomás de Kempis, La Imitación de Cristo, Capítulo 3.


VISUAL THEOLOGY

A propósito de la fiesta litúrgica de la Virgen de los Dolores (un día después de la fiesta de la exaltación de la Santa Cruz) podemos rastrear el origen de esta costumbre a comienzos del siglo XIII, cuando en Florencia, Italia, se funda la orden de los Frailes Siervos de María y Hermanos Servitas. Más tarde, el Papa Benedicto XIII estableció de manera oficial la remembranza y culto de los sufrimientos de la madre de Jesús bajo el nombre de Señora de los Siete Dolores. La devoción mariana se enfocó en diversas advocaciones, entre ellas, Nuestra Señora de la Soledad, de las Angustias, de la Piedad, la Dolorosa, Virgen de los Dolores, de la Esperanza y María de la Caridad. Los altares de dolores representan la Pasión y Muerte de Cristo, así como los siete dolores vividos por la Virgen María desde el nacimiento hasta el deceso de su hijo: La profecía de Simeón, La huida a Egipto, La pérdida de Jesús en el templo por tres días, Cristo con la cruz a cuestas, La Crucifixión, El Descendimiento y El Entierro

Twenty-fourth Sunday in Ordinary Time (C) 9.15.2013

First of all, last Wednesday we remembered the tragic events that took place nine years ago in New York, Washington DC, and Pennsylvania. We pray today for all who have died and for an end of violence, particularly violence in the name of religion. We have experienced violence in the name of Islam. Many others throughout history have experienced violence in the name of Christianity. God did not reveal Himself to us so we can kill each other! Violence in the name of religion is an offence against God, so let us pray together for the courage to resist returning violence with violence[1].

Our Gospel today is not about violence. It is about joy. There is a lot of rejoicing going on in today’s liturgy. A lost sheep is found, a lost coin is found, and, in the longer form of the Gospel, a lost son is found!  In all three of the incidents, the sheep, coin or son could have been written off. After all, the shepherd had 99 other sheep, the woman had 9 other coins, and the father had another son. He could have washed his hands of the son who had treated him so badly and offended everything the father stood for. He could have decided that he just needed to be happy with the son who was faithful to him. He couldn’t and he wouldn’t.  People who care don’t write people off.  Instead they focus on them.

We are God’s projects. He doesn’t give up on any of us. Instead he searches for us. He finds us, and He calls us back to the family that is his Kingdom. I remember many years ago reading Francis Thompson’s poem, The Hound of Heaven. Perhaps you have read it. In the poem the poet relates how he had spent years running away from God, but God would not stop pursuing him. Just as a hound chasing a fox will keep a steady pace until the fox tires out, God continues to pursue us. His Love for us makes Him the Hound of Heaven.

This is important for us to remember when we feel that we are beyond help. We fall into habitual sin. We can’t believe that we have returned to that which destroys us. We are tempted to give up on ourselves. And yet, God still pursues us. He will not give up on us.....any of us.....ever.
The gospel begins with the Lord explaining to the Pharisees and scribes why he is eating with tax collectors and sinners. They want to change their lives. They had been lost, but now are found. This is a time to celebrate.

God celebrates the times that we return to him. Jesus said, I tell you that there will be more celebration in heaven over one sinner who repents then over ninety-nine righteous people who have no need of repentance. We know that. We know the joy that we have and that He has when we return to Him. The tax collectors and sinners did not come to hear the Pharisees and scribes, because they knew that they would find only judgment. They came to hear Jesus, because he was happy that they wanted to change their lives. We do not go to confession because we are seeking the pain of rehashing our deepest secrets. We go to confession because we know that our Savior loves us and embraces us with joy, and we know the joy that we experience when we are one with Him.

So, God does not give up. He will not give up on us, calling us to him personally. Seeking us out individually. Nor does He give up on anyone, even those who have been far from the faith, from morality.  He calls us all to join Him in the joy of His Presence, the Joy of the Banquet of the Lord.

The return of those who have had been away is a time for celebration.  Maybe greed, lust, anger, pride, some sin or other, convinced them to leave the warmth of the family. The cause of their leaving no longer matters. They have returned. The family is back together.  We need to celebrate ■



[1] 24th Sunday of Ordinary Time C, September 15, 2013, Reading I: Exodus 32:7-11, 13-14, Responsorial Psalm: 51:3-4, 12-13, 17, 19, Reading II: 1 Timothy 1:12-17, Gospel: Luke 15:1-32 or 15:1-10.

Y entonces uno se queda con la Iglesia, que me ofrece lo único que debe ofrecerme la Iglesia: el conocimiento de que ya estamos salvados –porque esa es la primera misión de la Iglesia, el anunciar la salvación gracias a Jesucristo- y el camino para alcanzar la alegría, pero sin exclusividades de buen pastor, a través de esa maravilla que es la confesión y los sacramentos. La Iglesia, sin partecitas.

laus deo virginique matris


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