Jesús es la shekiná
y la Iglesia es su morada,
dos juntos hacen posada
y en medio Jesús vendrá.

 Yo habitaré con vosotros
en una tienda escogida,
yo pondré mi santo Nombre
en mi heredad bendecida.
Soy y seré vuestro Dios,
vosotros, porción preferida;
soy el Esposo de amor
de la esposa más querida.

 Las tiendas levantaréis
a mi orden de partida;
posaréis el campamento
donde la Nube decida.
Yo seré siempre presencia,
compañía guarnecida,
seré Ley de cada día,
Palabra que no se olvida.

El Verbo de Dios, Jesús,
trajo a Dios con su venida
y es carne la Shekiná
carne humana enternecida,
carne presencia que vive
en la Iglesia reunida,
carne Espíritu de Dios
en la Virgen concebida.

Bajo el Nombre de Jesús
con fe firme y decidida
dos hermanos congregados
ven la promesa cumplida.
¡Oh Jesús sacramental,
dulce pan, dulce bebida,
mi Shekiná eres tú,
tú que eres toda mi vida! Amén
P. Rufino Mª Grández, ofmcap. 

XXIII Domingo del Tiempo Ordinario (A)

Iniciamos este domingo en las lecturas del evangelio una extensa serie dedicada a la vida comunitaria[1]. Hoy, vigésimo tercer domingo del tiempo ordinario la liturgia nos presenta la comunidad cristiana como lugar de corrección fraterna y de oración, el próximo domingo como lugar de perdón, y es muy significativo que a lo largo de éstas dos semanas en los evangelios aparezca constantemente la palabra hermanos, más aún si se tiene en cuenta que se trata de lo que los exegetas han llamado "el sermón sobre la Iglesia". El discurso proclama el espíritu que debe distinguir a los miembros en sus relaciones. Y, podríamos añadir, estas relaciones las sitúa el Señor como relaciones entre hermanos[2].

Es interesante también que ni el Señor mismo ni los evangelios han visto la Iglesia como lugar libre de conflictos y de ofensas personales. Ni la comunidad de clausura, ni el grupo apostólico, ni el equipo sacerdotal, ni la parroquia, ni la diócesis, ni grupo alguno se verá libre de esta dinámica universal: el otro –o los otros- con su modo distinto de ser, pensar o actuar, viene de algún modo a destruir mi yo, y se convierte de algún modo en mi enemigo (Y pido al lector que lea en la palabra "enemigo" toda la gama de variedades: desde el simple recelo hasta el odio cordial).

Este miedo al conflicto dificulta fuertemente en la Iglesia la corrección fraterna. Disfrazado de prudencia o de culto a la unidad, lo que realmente existe es miedo al conflicto porque nos cuesta mucho la reconciliación. Vamos a reconocerlo de una vez: todo miedo es paralizante y esterilizador; y en este caso se paraliza la salvación del hermano, y se pierde la posibilidad de la comunión y la fraternidad.

Es muy bueno y muy sano que la Iglesia no aparezca nunca libre e inmaculada de tensiones de grupo y de ofensas personales. ¿O es que acaso [la Iglesia] no está formada de hombres y mujeres que viven y se mueven y no van a rozarse?

El primer, digámoslo así, favor que Dios nos hace con nuestros pecados de división, es curarnos de orgullo e invitarnos a un corazón misericordioso con los que sufren el mismo mal en otros campos de la actividad humana. El segundo (favor) es abrirnos los ojos a la alegre noticia del perdón de los pecados. Lo triste sería una Iglesia sin respuesta original para sus propios conflictos y, por consiguiente, sin mensaje propio para anunciarlo como fermento salvador del mundo conflictivo.

En palabras del Cardenal de Lubac: "Si yo falto al amor o falto a la justicia, me aparto infaliblemente de Ti, Dios mío, y mi culto no es más que idolatría. Para creer en Ti, tengo que creer en el amor y en la justicia; vale mil veces más creer en estas cosas que pronunciar Tu nombre. Fuera de ellas es imposible que te encuentre; y quienes las toman por guía están en el camino que lleva hasta Ti"[3].

El arma secreta, el invento divino, el descubrimiento evangélico es el perdón de los pecados. La reconciliación. El amor al enemigo. Invento divino, porque desde Dios viene y de su omnipotencia la recibimos.

El próximo domingo volveremos a oír algo similar. Quedan para hoy las ideas del texto de san Mateo: la corrección y el perdón en el tú a tú, en la vida diaria; el valor del pequeño grupo en este terreno; y la dimensión comunitaria del Sacramento de la Reconciliación, que ha de manifestar al mundo dónde está el secreto de que la comunidad permanezca unida a pesar de las fuerzas que quieren desunir, fuerzas que se generan en su interior. Nada de esto tiene su origen entre nosotros: es un Don que viene de lo alto: es el Amor hecho hombre, el Amor hecho Perdón ■



[1] Casi hasta final del año litúrgico, este año termina el 20 de Noviembre con la solemnidad de Cristo Rey
[2] Cfr. M. Flamarique Valedri, ESCRUTAD LAS ESCRITURAS, REFLEXIONES SOBRE EL CICLO A, Desclée de Brouwer, Bilbao 1989, p. 143
[3] Jesuita francés, fue uno de los teólogos más influyentes del siglo XX. También influyó sobremanera en la teología del Concilio Vaticano II.
*La ilustración es el célebre "Crucifijo de Munich" que se conserva en The Courtlaud Institute of Art (Londres) 

new-old-ideas

El Evangelio es el libro de la vida del Señor. Y está concebido  para ser el libro de nuestra vida.  No está hecho para ser comprendido, sino para ser abordado como el umbral del misterio. No esta hecho para ser leído, sino para ser recibido en  nosotros.
Cada una de sus palabras es espíritu y vida. Ágiles y libres, sólo esperan la avidez de nuestra alma para introducirse en ella. Vivas, son como la levadura inicial que atacará nuestra masa y la hará fermentar en un modo de vida nuevo. Las palabras de los libros humanos se comprenden y se sopesan.
Las palabras del Evangelio se sufren y se soportan.
Las palabras de los libros las asimilamos. Las palabras del  Evangelio nos modelan, nos modifican, nos asimilan, por así decirlo, a ellas.
Las palabras del Evangelio son milagrosas. No nos transforman, porque no les pedimos que lo hagan. Pero en cada frase de Jesús, en cada uno de sus ejemplos, reside la fulminante virtud que sanaba, purificaba y resucitaba, a condición de comportarse con él como el paralítico o el centurión, de actuar de inmediato con absoluta obediencia ■ Madeleine Derbrel, La Alegría de creer

VISUAL THEOLOGY


This precious silver box was created to contain a relic of the martyred English saint Thomas Becket. Saint Thomas was the archbishop of Canterbury from 1162 to 1170, and he is perhaps best known for his struggles with King Henry II of England over the separation between the rights of the monarch and the rights of the church. Thomas was killed by four knights of Henry's court in Canterbury Cathedral at twilight on December 29, 1170.
The long sides of the reliquary display a brief narrative of the saint's martyrdom. On one side, the lower rectangular panel shows the four knights assaulting Thomas, while on the triangular lid above, an angel makes a sign of blessing over the event. On the other side, the lower panel shows Thomas's body lying in state, while above, an angel cradles a small child, the symbol of the saint's soul as it rises to heaven. This reliquary is dated to the years immediately following Thomas's canonization in 1173, making it one of the earliest objects commemorating his sainthood.

Source:Reliquary Casket with Scenes from the Martyrdom of Saint Thomas Becket [English or German] (17.190.520) | Heilbrunn Timeline of Art History | The Metropolitan Museum of Art

Twenty-Third Sunday in Ordinary Time (A)


The principal topic of today's readings is fraternal correction, in other words, confronting those doing evil and encouraging them to repent. Now fraternal correction is not easy, but it has been made even more difficult in society today by three additional challenges. First, Jesus says elsewhere, do not judge and you will not be judged[1] and, because fraternal correction involves judging actions, some Christians think that Jesus has ordered us never to confront wrong-doers. Second, Christians who sin, which is all of us, may be hesitant to confront other sinners, either because of internal discomfort or out of fear of being labeled a hypocrite and third, in many societies which are trying to make religion a purely private matter, or even trying to eradicate Christianity entirely, confronting others often provokes hostility and may even put one's life at risk. So fraternal correction is understandably unpopular.

So today's readings are an important reminder to us that fraternal correction is an obligation of the Christian life -one of the spiritual works of mercy. When Jesus says, “Do not judge,” he cannot be saying, “Do not judge actions,” because in today's Gospel Jesus also says “If your brother sins against you ...” Now to judge that someone has sinned against us means that we have to be able to judge that an action is sinful. Furthermore, when Jesus says, “Do not judge,” he cannot be saying, “Never corrects anyone,” because Jesus also says, “Go and tell him [your brother] his fault.” So we have both to judge actions and to confront sinners, and how then do we confront others about their sins? Well, it certainly helps if we have confronted ourselves first. Jesus tells us elsewhere, first take the log out of your own eye, and then you will see clearly to take the speck out of your neighbor's eye[2]. But an element of caution is needed here; fraternal correction is not to be done only by those who have never sinned, for if only those who have never sinned correct their brothers and sisters, then fraternal correction would never happen. It also helps to be clear about forgiveness. Jesus tells to forgive 'seventy-seven times', an exaggerated way of saying that there must be no limit to how often we forgive someone who sins against us. The hardest aspect of fraternal correction is knowing when to speak and when to be silent, for we are not always obliged to speak on every occasion when someone sins against us or against some third party. In difficult cases, much prayer will be needed for guidance. Notice also in today's Gospel how carefully Jesus says that we should confront a serious sinner: first, he tells us to talk to the person directly, in private; then, with one or two witness; then, to the church and, finally, to excommunicate the offender. Therefore, the utmost courtesy and prudence is needed, motivated by love.

So knowing when and how to speak to sinners requires careful discernment. There are, however, two things we must never do. First, we must never condone evil - in other words, to indicate consent or approval for an evil action. In fact, simply refusing to condone evil is often a very powerful witness that something is wrong. Second, we must not be afraid - even at the risk of harm to ourselves. Indeed, fraternal correction has frequently been the occasion for martyrdom.

We come to Church every Sunday to form a community of prayer. No one of us can form a community alone. We need each other to form this community. We come and pray as a community to the One who is our head and our heart. And we ask Him at this and every Mass to protect us from the evils of the world, outside us and within us. 

Let us pray together may God help us to see fraternal correction as a work of mercy. May he also give us wisdom and courage in confronting sinners, motivated by the desire for the salvation of all ■


[1] Cfr. Lk 6:37; Mt 7:1
[2] Id. v. 42

en la fiesta de San Agustín, obispo de Hipona


Tarde te amé,
hermosura tan antigua y tan nueva,
tarde te amé!
Y ves que tú estabas dentro de mí y yo fuera,
Y por fuera te buscaba;
Y deforme como era,
Me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste.
Tú estabas conmigo mas yo no lo estaba contigo.
Me retenían lejos de ti aquellas cosas
Que, si no estuviesen en ti, no serían.
Llamaste y clamaste, y rompiste mi sordera:
Brillaste y resplandeciste, y fugaste mi ceguera;
Exhalaste tu perfume y respiré,
Y suspiro por ti;
Gusté de ti, y siento hambre y sed;
Me tocaste y me abrasé en tu paz San Agustín 

XXII Domingo del Tiempo Ordinario (A)


De qué le sirve ganar el mundo entero... Casi sin darnos cuenta, hemos construido una sociedad donde lo importante es obtenerlo todo –ganar-  rápidamente. Damos a los más jóvenes una educación excesivamente permisiva, una falta casi total de autodisciplina, un ambiente social lleno de estímulos que nos empujan sólo a ganar, gozar, gastar y disfrutar; una sociedad que dice que si no vives intensamente eres un loser; una sociedad en la que reina el temor a aparecer como fracasados y reprimidos... es la nuestra una sociedad en la que la renuncia no tiene casi sentido alguno. «Sí, hay muchos que, creyéndose dioses, piensan no tener necesidad de más raíces ni cimientos que ellos mismos. Desearían decidir por sí solos lo que es verdad o no, lo que es bueno o malo, lo justo o lo injusto; decidir quién es digno de vivir o puede ser sacrificado en aras de otras preferencias; dar en cada instante un paso al azar, sin rumbo fijo, dejándose llevar por el impulso de cada momento. Estas tentaciones siempre están al acecho. Es importante no sucumbir a ellas, porque, en realidad, conducen a algo tan evanescente como una existencia sin horizontes, una libertad sin Dios»[1].

Y también poco a poco empezamos a constatar que no es ése el camino acertado para vivir en plenitud. Cuando, sistemáticamente, vamos satisfaciendo nuestros deseos de manera inmediata, no crecemos como hombres. No acertamos a saborear con gozo la satisfacción obtenida. Nuestro espíritu no se aquieta. Siempre surge un nuevo deseo más apremiante y excitante que el anterior.

Y comenzamos a vivir en tensión, sin saber ya cómo saciar nuestros deseos e insatisfacciones cada vez más voraces. Y la existencia se nos convierte en una carrera alocada donde lo único que nos llena es tener siempre más y disfrutar con mayor intensidad.

Y tras la satisfacción lograda, de nuevo el vacío, el decaimiento, la tristeza y el hastío. Y de nuevo, vuelta a empezar, atrapados en una trampa que no tiene salida hacia la verdadera libertad. Quién no se ha sentido así, quién no se ha ido a dormir con el alma triste y sin saber qué decir. Quizás esta experiencia nos puede ayudar a entender mejor las palabras del Seños en el evangelio de éste domingo: ¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si al final pierde su alma?[2]

Lo queramos o no, el hombre madura y crece, cuando sabe renunciar a la satisfacción inmediata y caprichosa de todos sus deseos en aras de una libertad, unos valores y una plenitud de vida más noble, digna y enriquecedora. Aún más: Si uno quiere obtenerlo todo ahora, inmediatamente, a cualquier precio y de cualquier manera, sin abrirse a una vida futura, eterna y definitiva, corre el riesgo de perderse definitivamente. ¿No deberíamos de introducir en nuestra vida una dosis mayor de renuncia, sana austeridad y simplicidad en el vivir? El que quiere seguir a Jesús hasta la plenitud de la resurrección ha de saber vivir de manera crucificada ■


[1] Discurso del Santo Padre Benedicto XVI, Plaza de Cibeles, Madrid, Jueves 18 de agosto de 2011; el texto completo puede leerse aquí: http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/speeches/2011/august/documents/hf_ben-xvi_spe_20110818_accoglienza-giovani2-madrid_sp.html
[2] Cfr Mt 16, 21-27. 

Fotos y Frases de la Jornada Mundial de la Juventud Madrid 2011



La pasión de Cristo nos impulsa a cargar sobre nuestros hombros el sufrimiento del mundo, con la certeza de que Dios no es alguien distante o lejano del hombre y sus vicisitudes. Al contrario, se hizo uno de nosotros «para poder compadecer Él mismo con el hombre, de modo muy real, en carne y sangre… Por eso, en cada pena humana ha entrado uno que comparte el sufrir y padecer; de ahí se difunde en cada sufrimiento la con-solatio, el consuelo del amor participado de Dios y así aparece la estrella de la esperanza» (Spe salvi, 39).


Todo esto nos invita a volver siempre la mirada a Cristo, en cuyo rostro resplandece la Verdad que nos ilumina, pero que también es el Camino que lleva a la plenitud perdurable, siendo Caminante junto a nosotros y sosteniéndonos con su amor. 



amar a Cristo es vivir a plenitud


Queridas hermanas, este es el testimonio de la santidad a la que Dios os llama, siguiendo muy de cerca y sin condiciones a Jesucristo en la consagración, la comunión y la misión. La Iglesia necesita de vuestra fidelidad joven arraigada y edificada en Cristo. Gracias por vuestro "sí" generoso, total y perpetuo a la llamada del Amado. Que la Virgen María sostenga y acompañe vuestra juventud consagrada, con el vivo deseo de que interpele, aliente e ilumine a todos los jóvenes.


Pero Cristo, Sumo Sacerdote, es también el Buen Pastor, que cuida de sus ovejas hasta dar la vida por ellas (cf. Jn 10,11). Para imitar también en esto al Señor, vuestro corazón ha de ir madurando en el Seminario, estando totalmente a disposición del Maestro. Esta disponibilidad, que es don del Espíritu Santo, es la que inspira la decisión de vivir el celibato por el Reino de los cielos, el desprendimiento de los bienes de la tierra, la austeridad de vida y la obediencia sincera y sin disimulo. 

New-old-ideas


La ciencia del amor! ¡Sí, estas palabras resuenan dulcemente en los oídos de mi alma! No deseo otra ciencia. Después de haber dado por ella todas mis riquezas, me parece, como a la esposa del Cantar de los Cantares, que no he dado nada todavía... Comprendo tan bien que, fuera del amor, no hay nada que pueda hacernos gratos a Dios, que ese amor es el único bien que ambiciono. 

Jesús se complace en mostrarme el único camino que conduce a esa hoguera divina. Ese camino es el abandono del niñito que se duerme sin miedo en brazos de su padre... El que sea pequeñito, que venga a mí, dijo el Espíritu Santo por boca de Salomón. Y ese mismo Espíritu de amor dijo también que a los pequeños se les compadece y perdona. Y, en su nombre, el profeta Isaías nos revela que en el último día el Señor apacentará como un pastor a su rebaño, reunirá a los corderitos y los estrechará contra su pecho. Y como si todas esas promesas no bastaran, el mismo profeta, cuya mirada inspirada se hundía ya en las profundidades de la eternidad, exclama en nombre del Señor: Como una madre acaricia a su hijo, así os consolaré yo, os llevaré en brazos y sobre las rodillas os acariciaré. Santa Teresita de Lisieux, Historia de un alma

VISUAL THEOLOGY


Autor anónimo, el bautismo de Agustín de manos de Ambrosio, obispo de Milán. Catedral de Saint-Pierre-et-Saint-Paul de Troyes (Francia)

Twenty-Second Sunday in Ordinary Time (A)


If today were not a Sunday, we would be celebrating the Memorial of my patron saint: St. Augustine, a man and saint recognized by the fire inside of him. You know, when after trying all the world had to offer he realized that he could not be happy ignoring the fire within and seeking happiness in the material possessions of the world, so he wrote, our hearts are made for you O God, and cannot rest until they rest in you. On this Sunday let us remember unite to the life and works of St. Augustine the words of the Lord that we just heard in the gospel: what profit would there be for one to gain the whole world and forfeit his life. My brother, my sister we, as disciples of Jesus, have within us the burning fire of the Lord which impels, invites, commands us to transform the world.
Spirituality is what we do with the fire that is within us. Spirituality is the discipline and habits that we live by that lead us to a greater integration of our bodies, minds and souls. All discipline takes effort. And like the lump of clay that became the beautiful vessel, the effort has a cost. But the result is wonderful: we become one in the Lord.

In last Sunday’s Gospel Peter had proclaimed that Jesus was the Messiah and Son of God. In today’s Gospel, Jesus reproves Peter. Peter tried to dissuade his master from carrying out the Father’s plan. That’s why Jesus called him a devil, someone who is fighting against the will of God. Peter was not at peace. Peter had a long way to go before he could look at a cross prepared for him and peacefully accept a new service of God through his martyrdom. But, eventually, Peter was able to put his life in God’s hands and peacefully accept the ending of this life and the beginning of the next.

All of us have met men or women who are truly spiritual. How did we recognize them? Well, it is not because we heard them say pious prayers. We didn’t feel drawn to them because they irradiate some special light. Instead we recognized the serenity with which they reflected the presence of the Lord within them. The truly spiritual are people who are at peace with themselves, with others, and even with a world that might oppose them. St. Maximilian Kolbe could sit in a cell in a Nazi concentration camp at peace with himself and with God. He could throw the fire of God’s love upon the earth. He was spiritual. Perhaps your husband or wife, your mother or father, grandmother have passed away in peace knowing that they were being transformed from one life to another. They were spiritual. Blessed John Paul II and Blessed Mother Theresa both irradiated a peace within themselves. They were spiritual. We also can be spiritual. We can focus on the center of life, God within us, when we come to the parish Sunday after Sunday. And you know, our parish is not an agency of spiritual service, it is not a business to sell the sky. The parish, and all those who work here strive to realize, is a place where you and God meet.

My brother, my sister, if you come to the parish looking to be entertained, you're in the wrong place. If you come to the parish to fill your time with philanthropic activities you're wrong again. Even if you are looking just a place to feel at peace, wrong again. The parish is a meeting place between you and your God. A place to worship the most blessed Trinity.

Let's ask the Lord together this morning for the same fire that San Augustine has in his heart. Let's ask God to lit our hearts. If we want, God will help us to get serious about our spiritual life. Do we need to win the world or much money or fame or prestige if we are not taking care of our soul? The parish is the place where we meet God.

Let's pray for our parish. Let's pray for our Archdiocese. Let's pray for our priests. Let's ask God for a restless heart who always seek His love.  


Tu es Petrus, et super hanc petram
aedificabo ecclesiam meam.
Et portae inferi non praevalebunt adversus eam.
Et tibi dabo claves regni caelorum.
Quodcumque ligaveris super terram,
erit ligatum et in caelis:
et quodcumque solveris super terram,
erit solutum et in caelis.
Et tibi dabo claves regni caelorum

XXI Domingo del Tiempo Ordinario (A)



Soy discípulo tuyo, Señor, y creo en Ti, de eso no cabe duda, pero si tuviera que hacer ahora mismo un análisis para aclarar qué has sido Tú para mí en éstos (pocos) años de vida y (más pocos) de ministerio y concretar el camino por el que Te sigo, es posible que me sorprendieras dando una muy parcial e incompleta opinión y de actitudes con respecto a Ti:

Unas veces creí que eras Juan Bautista, es decir, se me fueron amontonando las escenas en las que te veía: nacer en la pobreza de Belén, vivir en el silencio y la humildad de Nazaret, ser conducido al desierto para ser probado, no tener una piedra donde reclinar la cabeza y morir en la angustia y la soledad de la cruz. Al verte así, seguramente creí que la religión era eso solamente eso: penitencia, austeridad, cruz. Y estaba equivocado. Muchas veces terminaba de hacer oración –si es que a aquello se le podía llamar oración- sintiéndome culpable y repitiendo aquella infeliz frase de “veo que no soy nada, que no valgo nada, que no tengo nada, que no puedo nada; más, ¡que soy la nada!”. Estaba equivocado y lo que es peor lo predicaba y lo enseñaba a los demás.

Otras veces te llegué a tomar por Elías, el hombre marcado y arrebatado por el fuego, azote de reyes y príncipes que hizo espectaculares desafíos a los sacerdotes de Baal, como técnica apologética para demostrar la verdad de su religión. Sí, más o menos así, te llegué a entender algunas veces. Me quedaba sólo con la idea de lo duro que eras con los escribas y fariseos mientras asegurabas que habías venido a traer fuego a la tierra y lo que querías era que ardiera, empuñando el látigo contra los vendedores del templo. Detrás de esas imágenes aún puedo ver etapas de mi –recién ordenado Tu sacerdote y queriéndome comer el mundo dentelladas- cuando mi predicación era tremendista y apoyada más en el temor que en el amor; más dispuesta al anatema que a la misericordia. Segundo error. También en ésta visión yo estaba equivocado. Tú no eres así.

Otras veces has sido para mí Jeremías. El varón atormentado, el hombre atrapado entre el amor a su pueblo por una parte y la fidelidad a su vocación por otra, que le llevaba a tener que condenar los desvíos de ese pueblo, lo cual le llevaría a la muerte. Así pensé muchas veces que es la religión: predicar en el desierto. Tú mismo, Señor, lo dijiste: ¡Cuántas veces he querido cobijaros como una gallina a sus polluelos, pero no habéis querido!pasaste haciendo el bien, sin embargo ellos querían que uno –Tú- muriera por el pueblo. Viniste a ellos como Luz, pero ellos prefirieron las tinieblas a la Luz. Sí, a veces me he quedado con esa parcial imagen tuya. En consecuencia, mi seguimiento tuyo ha podido tener tintes de pesimismo y de fatalidad, de creer, en una palabra, que casi toda la semilla se pierde. En menos palabras: me ha faltado fe y, también aquí, me equivoqué.

Sin embargo en algunos momentos de mi vida y de mi sacerdocio también te he visto con los ojos del buen Pedro, y a pesar de lo dicho y mis imprudencias te reconozco como el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Fue a través de mis papás y de la catequesis del colegio[1] que hoy puedo más o menos comprender -¡quién comprende el misterio!- que Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.

Hay momentos en los que siento una profunda pena. Pena por haberme quedado con esas otras imágenes tuyas incompletas, fragmentadas y parciales, viendo en Ti solamente al Jesús penitente o al Jesús arrebatado por el celo de Dios, o al Jesús agónico, el que hacía exclamar al santo de Asís: El amor no es amado.

No. Tú no puedes ser ni para mí ni para nadie una sola de ésas imágenes, todas ellas se derrumban si no se apoyan una en la otra “como las barajitas” que decía mi Tita. Tú eres el Hijo de Dios que por amor se hace penitente, Aquel viene a traer fuego a la tierra y vive en esa agonía de saber que los suyos no le reciben, pero eres, sobre todas las cosas un Salvador lleno de misericordia, el auténtico Príncipe de la paz. En menos palabas –apenas cinco- mi Señor y mi Dios[2]


[1] Luego en algún momento quisieron hacerme creer que el amor por tu Madre me venía de mis años en la Universidad y no es verdad. Lo aprendí de mi mamá y de mi tiempo con los Hermanos Maristas; luego se reforzó en los años del seminario.
[2] Cfr Jn 20,19-31.

New-old-ideas



Alúmbrame, Buen Jesús, con la claridad de la luz interior y quita de la habitación de mi corazón toda tiniebla. Cohibe las muchas divagaciones y destroza las tentaciones que me encadenan. Lucha con fuerza por mí y ahuyenta las malas bestias como llamo a los seductores deseos deshonestos; para que se haga la paz gracias a Ti y resuenen con abundancia las alabanzas en el santo palacio es decir, en la conciencia pura. Manda al viento y a las tempestades, y dile al mar: ¡Calla! y al ventarrón: ¡No soples! y se producirá una gran calma. (Mc4,39). Emite tu luz y tu verdad (Sal 43,3) para que brillen sobre la tierra porque está árida y vacía hasta que Tú la ilumines. Derrama tu gracia desde arriba, empapa mi corazón con el rocío del Cielo, distribuye el agua de la devoción para irrigar toda la tierra y que produzca frutos buenos y óptimos. Levanta el ánimo oprimido por la mole de los pecados orienta todo mi deseo hacia el Cielo para que saboreando la suavidad de la superior felicidad me cause fastidio pensar en lo terreno. Quítame y arráncame del transitorio consuelo de las criaturas porque ninguna cosa creada puede calmar y consolar mi deseo plenamente. Úneme a Ti con el vínculo inseparable del amor porque sólo Tú bastas al que te ama, y fuera de Tí todo carece de importancia T. Kempis, La Imitación de Cristo (puede leerse el texto íntegro en una muy buena traducción en: http://textosmonasticos.wordpress.com/la-imitacion-de-cristo

VISUAL THEOLOGY



The scene is the final episode in the Life of the Virgin, and follows her Assumption - not yet dogma in the Middle Ages - or Dormition. The scriptural base is found in the Song of Songs (4.8), Psalms (44.11-12) and Revelation (12.1-7). A sermon wrongly believed to be by Saint Jerome elaborated on these and was used by standard medieval works such as the Golden Legend and other writers. The title "Queen of Heaven", or Regina Coeli, for Mary goes back to at least the 12th century. The subject also drew from the idea of the Virgin as the "throne of Solomon", that is the throne on which a Christ-child sits in a Madonna and Child. It was felt that the throne itself must be royal. In general the art of this period, often paid for by royalty and the nobility, increasingly regarded the heavenly court as a mirror of earthly ones

Twenty-First Sunday in Ordinary Time (A)


The readings for this Sunday converge, or lead us to contemplate something existing and real, the readings take us to the Church. And I personally like to call the Church "Mother Church". Keys are given to Eliakim in Isaiah prefiguring the keys that would be given to Peter in Matthew, keys that are a sign that the Lord has entrusted the care of His people to the Church. And people should have respect and reverence for the Church. At the end of all the Church is the Bride of Christ: he died for her and left her as Guardian treasure of faith.

Among the things that surprised me when I came to this blessed country is one that continues to surprise me: the contempt that some people feel about the Catholic Church and its ministers, and the criticism so hard. Personally I have hard time understanding someone that says he or she loves Christ and yet despises His wife. I can understand. If someone calls me stupid for the mistakes I make in managing the parish, I really understand, and it is OK, but to criticize the Church as an institution and then say in the Profession of Faith “we believe in one holy catholic and apostolic Church”, I think is it a great lack of integrity…

[Anyway] We know who we are as Catholics. Our beliefs come from the teaching authority of the Church. The term we use for this is magisterium[1]. We don’t take a survey or census to see what we will believe this week, or this century. The dogmas of our faith may go through periods of definition, but they still remain the same. We believe now what was believed 100 years ago, 1000 years ago, a little under 2000 years ago on the First Pentecost.

Blessed John Henry Newman was an adamant Anglican and had considered the Roman Catholic Church England’s ancient enemy. But when he investigated into the continuity of the teaching of the Fathers of the Church, he could find it only in the Roman Catholic Church. This led to his embrace of Catholicism. If this fascinates you, I recommend you read his classic Apologia pro Vita Sua[2].

The way we live our lives, our morality, flows from our faith. We know that we can’t give lip service to the faith and live as pagans. We also know that we our human beings. We need the help of God to be His Presence for others. The Church provides for us. We treasure the gift of the Eucharist as the food we need for the journey of life. We treasure the sacrament of reconciliation, confession, where we bring our humanity before the Lord seeking the strength to overcome evil around us and within us. Every aspect of our lives revolves around the Lord, including our last days as we receive the sacrament of sick and begin our journey home.

The Catholic Church is the oldest and largest organized body in the world. We have a history. Those who hate us love pointing out the negative incidents in our history. And it is true, some of our history is dark, or very dark as some human beings throughout the centuries behaved more like pagans than Christians, however the vast majority of people took their faith seriously. Every century the Church points out saints as models for our lives. And all of us have been edified by people whom we know will never be canonized but whose lives pointed us to Christ. Right now I am thinking, for example, Pat Belko, whom passed away few days ago, or Grace Combs, another great parishioner whom also die recently…

The point is, today, in our attitude towards the Church. I love the Church with all my strength? I love the Church with its flaws and its dark areas? I defend the Church against the attacks or am I a coward who is silent?

Keys were given to Peter. Jesus gave him these keys. The Church opens the gates of eternity to all people of good will. We are the Church. We are the Body of the Christ. We are Catholic. Today with the celebration of the Eucharist, the greatest treasure of our mother the Church, we thank God for the Gift of His Church ■


[1] In the Catholic Church the Magisterium is the teaching authority of the Church. This authority is understood to be embodied in the episcopacy, which is the aggregation of the current bishops of the Church in union with the Pope, led by the Bishop of Rome (the Pope), who has authority over the bishops, individually and as a body, as well as over each and every Catholic directly. According to Catholic doctrine, the Magisterium is able to teach or interpret the truths of the Faith, and it does so either non-infallibly or infallibly. According to the Catechism of the Catholic Church: "The task of interpreting the Word of God authentically has been entrusted solely to the Magisterium of the Church, that is, to the Pope and to the bishops in communion with him”. The word magisterium is derived from Latin magister, which originally meant the office of a president, chief, director, superintendent, etc. (in particular, though rarely, the office of tutor or instructor of youth, tutorship, guardianship) or teaching, instruction, advice.
[2] Originally an evangelical Oxford academic and priest in the Church of England, Newman was a leader in the Oxford Movement. This influential grouping of Anglicans wished to return the Church of England to many Catholic beliefs and forms of worship traditional in the medieval times to restore ritual expression. In 1845 Newman left the Church of England and was received into the Roman Catholic Church where he was eventually granted the rank of cardinal by Pope Leo XIII. He was instrumental in the founding of the Catholic University of Ireland, which evolved into University College, Dublin, today, and the largest university in Ireland. Newman's beatification was officially proclaimed by Pope Benedict XVI on 19 September 2010 during his visit to the United Kingdom.

Y entonces uno se queda con la Iglesia, que me ofrece lo único que debe ofrecerme la Iglesia: el conocimiento de que ya estamos salvados –porque esa es la primera misión de la Iglesia, el anunciar la salvación gracias a Jesucristo- y el camino para alcanzar la alegría, pero sin exclusividades de buen pastor, a través de esa maravilla que es la confesión y los sacramentos. La Iglesia, sin partecitas.

laus deo virginique matris


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